Dedicado a todos los que perdieron la vida, sus viviendas o a un ser querido en los sismos del 7 y 19 de septiembre de 2017 en México.
Escrito el 20 de noviembre de 2017 en la Ciudad de México
Bertha Vasconcelos
Este artículo aplica para todos los seres humanos. Sucede que todos estamos viviendo cambios tan drásticos y vertiginosos que estamos metafóricamente muriendo y renaciendo constantemente. Vemos desastres naturales y provocados por el ser humano por doquier. Deseamos paz y armonía, pero lo único que vemos es caos y muerte.
No me es fácil poner en palabras todas las reflexiones que he tenido y la infinidad de emociones que he sentido después del sismo que sacudió un extenso territorio de México el pasado 19 de septiembre.
La sacudida de los sismos fue literal. No solamente nos sacudió por fuera sino también internamente. Pero hay eventos en nuestras vidas que nos desestructuran también, como la muerte o enfermedad de un ser querido, una separación, la pérdida de la casa, perder dinero, ser víctima de vandalismo, estar involucrado en un accidente, en fin, tantas y tantas cosas que podemos llegar a experimentar los seres humanos a lo largo de nuestras vidas que van dejando cicatrices.
En México, vivimos sacudidas externas e internas muy intensas el 7 y 19 de septiembre de 2017. El 19 fue el que nos causó un gran shock inicial, seguido por la negación, la confusión, la incertidumbre, el miedo.
Para empezar, nunca… nadie pudo imaginarse que pudiese temblar de esa magnitud el mismo día que hacía 32 años antes. En 1985, en la ciudad de México y Guerrero sentimos una fuerte y larga sacudida a las 7:19 am cuya réplica al día siguiente, a las 7:20 pm, sacaría de sus casas a miles de personas para dormir en los parques pues temían que temblara nuevamente. Recuerdo que entonces vivía en casa con mi madre y dormimos vestidas en pants durante semanas, con una mochila de emergencia a la mano que incluía radio de baterías y un silbato. Mi pobre perrita durmió a mi lado con su correa y cadena puestas para poder salir rápidamente. No ahondaré aquí en detalles vivenciales del sismo de 1985, ya escribiré su historia en el futuro. Solo quisiera mencionar que ese sismo se llevó a una persona muy amada. Además de esta tragedia, mi hermana mayor había fallecido súbitamente, estando dormida, el 30 de julio de 1985. Para los que han perdido a un ser amado, les transmito lo que los tanatólogos dicen respecto a la muerte. La relación con los seres amados finados no termina, porque hay muchos recuerdos y sentimientos que los hacen presentes. No puedo pensar que pudiese ser de otra manera. Ellos están presentes en fechas memorables, en sus regalos, sus objetos, sus consejos, sus frases, en fin, en tantas cosas. Dicen que la muerte de un ser amado nunca se supera, solo se aprende a vivir con ello.
Yo había planeado hacer algo diferente para el 19 de septiembre de 2017. Quería ir (raro en mi) al Hospital General a buscar la placa dedicada a los médicos fallecidos, quería verla por primera vez. Pensé: “Ya estoy lista”. Pero nada de eso pude hacer ya que ese día fui a la clínica del Seguro Social para llevarle un médico a mi padre quien estaba muy enfermo de bronquitis con peligro de convertirse en bronconeumonía o neumonía. Cuando llegué a la clínica, tuve que esperar pues se iba a realizar un simulacro nacional para “conmemorar” el sismo del 1985. Me dije: “Vaya, qué manera de conmemorar a las miles de personas fallecidas y damnificadas de 1985.” Obligada, sin ganas, tuve que hacer lo que los demás (nunca me ha gustado hacer lo que todos los demás cuando no estoy convencida). Participé en simulacros en donde trabajé, pero nunca en esa fecha. ¿A quién se le habrá ocurrido conmemorar el sismo con una evacuación el mismo día? Absurdo.
Este sismo del 19 de septiembre de 2017, está lleno de “coincidencias” muy extrañas. El día anterior había sonado la alarma sísmica “por error” mientras la limpiaban. Palabras y sucesos que se repitieron: Escocia, Rébsamen, la muerte de las costureras. Por cierto, debo confesar que detesto escuchar ese sonido tan dramático, ¿no pudieron poner otra voz? Esperaría le cambien la voz y el sonido para evita generar pánico colectivo cuando vuelva a activarse.
Para el simulacro, a las 11 am salimos de la clínica en calma y permanecimos varios minutos afuera que me parecieron eternos. Finalmente entramos y recogí a la doctora para llevarla a casa de mi padre. Cuando regresamos a la clínica la doctora me dio varias recetas de medicamentos para surtir en la misma farmacia, sin embargo, me pidió esperara pues pensó que era apropiado darme un pase para el hospital, en caso de requerirlo. Fui y me senté en una banca color naranja frente a la oficina. Ahí sola estaba cuando sentí que movían la banca. Y de pronto escuché la alarma sísmica. Vi que venían corriendo de mi lado izquierdo muchas personas, y a mi derecha, de los consultorios vi a un montón de personas aterrorizadas corriendo hacia la puerta de entrada. No era para menos, solo dos horas después del simulacro. No supe que hacer realmente, pero me levanté y me uní a ese tumulto, caminando en el sismo, lo cual nunca hago, y ahora sé que no debía hacer. Sentía que me tiraban al piso, era como estar en el Metrobús lleno, así que varios decíamos en voz alta: “Caminen, no corran.”
En segundos, salí sola tranquilamente. No sabía aun lo que había pasado. Me percaté de un listón amarillo que impedía el paso de la calle Gabriel Mancera y varias personas venían caminando por esa calle hacia donde nosotros estábamos. Me entretuve viendo un pleito entre un hombre y una pareja en la calle de San Borja. Dijeron que cerrarían la clínica, por lo tanto la farmacia, así que quise tomar un taxi, pero me sorprendió muchísimo la negativa de las unidades del sitio. Nunca imaginé lo que había sucedido hasta que una persona nos dijo que se había caído un edificio a unas cuadras de la clínica. Pensé: “Oh no, otro 85, ¡no!” Sin señal en los celulares, nadie sabía nada. Comencé a caminar; veía a muchas personas en la calle, paradas mirando a sus celulares. Ninguno podíamos comunicarnos con nuestras familias ni sabíamos que había sucedido. “¿De cuántos grados fue?” Nadie sabía hasta que llegué a un puesto de frutas afuera de una escuela que tenían un radio de baterías y pregunté: “¿De cuántos grados fue?” “7.1” No me era lógico, ¿solo 7.1 y un edificio se cayó? En todo el camino solo vi algunos pequeños trozos de aplanados sobre las banquetas. Grupos de chicos saliendo de bachilleres bromeaban como si nada hubiese sucedido y ahí se quedaban en la tienda, comprando un refresco conversando. Aun no se enteraban de las terribles noticias. Caminé y caminé hasta que llegué a la calle donde vivimos. Cuando di la vuelta, afortunadamente fue completamente diferente a lo que vi en 1985 al dar la vuelta, y ver la residencia del Hospital General derruida. Respiré tranquila cuando vi a los tres edificios orgullosa y firmemente en pie. Supe que mi madre estaba bien. Entonces la busqué entre la gente y causalmente estaba una amiga que me llamó por mi nombre; y ahí, a un lado de ella, estaba mi madre sentadita muy asustada. La joven señora que nos ayuda se soltó a llorar, estaba en shock. Ellas estaban arriba cuando tembló pero les pidieron que bajaran hasta que protección civil visitara los edificios. Nadie pensaba claro, yo no pensaba claro. Solo me sentía tranquila de que mi madre estuviese bien y con vida. Me dijo que si había línea telefónica, así que subí a llamar al resto de la familia. Mi mamá me dijo: “Se breve, no saques fotos.” Por supuesto que saqué fotos de todo. Jamás antes se habían caído tantas cosas. Me comentaron después que escuchaban como caían cosas y se rompían. Efectivamente un vidrio de la ventana se rompió y unas siete cosas más que cayeron con fuerza al piso. En 1985 apenas los libros se movieron hacia un lado.
EL SHOCK PSICOLOGICO Y LA NEGACIÓN
Nos duró uno, dos meses, para otros aún es increíble. Me he topado con un solo chico que no estaba en la ciudad, que no le tocó, ni siquiera se imaginaba la magnitud de lo que sucedió. Yo lo viví como un Deja Vu. Lo mismo que en 1985. Las sirenas constantes de las ambulancias, la llegada de los rescatistas, pero los primeros en llegar para levantar escombros fueron los trabajadores de la construcción, los y las jóvenes. Las noticias de los rescatados, los días interminables de búsqueda de sobrevivientes y cuerpos. El movimiento voluntario de acopio, de manos, psicológico. Continué viviendo el Deja Vu por dos semanas.
Y entonces surgían las típicas preguntas: Pero ¿por qué, por qué otra vez? No puede estar sucediendo, no otra vez. ¿Por qué el 19? ¿De qué se trata? Esto no es coincidencia. Otra vez las costureras. Como si nuestras preguntas, lamentos y reclamos pudiesen regresar el tiempo para que esto no hubiese pasado.
Lo primero, sobre todo a los espectadores y los que lograron salir ilesos: Terror, aturdimiento, confusión, perplejidad, como en un mal sueño, cerrarse, llanto, no querer saber, deseo de borrarlo de la memoria.[1]
Para muchísimas personas, los más jóvenes, este desastre fue su primera vez. Miles acudieron. Millones tal vez. A la ciudad, Morelos y Puebla llegaron grupos de Guadalajara y otras partes.
Entre las diferencias con el sismo del 85 es que los que estaban ahí levantando los escombros, buscando huecos, apoyando a los rescatistas franceses, alemanes, italianos, eran los hermanos, los primos, los cuñados, los padres, los hijos, todos los varones familiares de las víctimas atrapadas. Recuerdo que hasta Plácido Domingo sacó piedras del edificio Nuevo León con las mangas arremangadas. La magnitud de vidas y viviendas perdidas es incomparable al 85, afortunadamente.
Otra diferencia importante es que buena parte de los derrumbes sucedieron en la “deforestada” Delegación Benito Juárez que ha sido blanco de los “psicópatas” oportunistas que compran casas y dan “mordidas” millonarias al gobierno para construir edificios de más de 4 y 6 pisos como lo marcaba la ley después de 1985, destruyendo los acuíferos preexistentes en el subsuelo de las casas de la Col. Del Valle, Narvarte, Portales. También fue muy raro que cientos de iglesias resultaron dañadas, así como varias escuelas de renombre, simbolizando quizá, que los sistemas decadentes del patriarcado están sucumbiendo como todos los demás sistemas patriarcales sucumbirán.
Para salir de la negación más rápido y por no haber sido víctima ni testigo ocular, me di propositivamente mis “dosis de realidad.” He ido a los derrumbes más cercanos y he visto muchos en mis trayectos normales por la ciudad, Portales, Bolívar, Roma. Los edificios heridos de la Col. Del Valle, la Narvarte, la Roma, me bombardean con la realidad del desastre. Mi trabajo también me ayudó a enfrentar la realidad a través de los relatos de mis pacientes, de sus vivencias, de sus pérdidas. He escuchado historias de todo tipo. Mi mayor preocupación se convirtió en prevenir el síndrome de estrés postraumático, porque a la larga afecta a las personas más de lo que ellas siquiera pudieran imaginar. De no atenderse hoy tendremos a miles, sino millones de personas con trastornos de depresión y ansiedad.
LA TRISTEZA
Lloré por días. No tuvimos hambre por días. No dormimos bien por semanas. Algunos aún no pueden conciliar el sueño normalmente, se despiertan dos o tres veces por la noche. Las personas que salieron de la negación a las dos a cuatro semanas del suceso, comenzaron a sentirse muy tristes por todos los afectados, por los edificios rotos, las esquinas que cambiaron su rostro. Se les recomendó que ya no vieran noticias ni videos por mucho tiempo. México nunca será igual de nuevo. La tristeza por las familias sin casa, su dolor, su incertidumbre, su duelo nos permea por el inconsciente colectivo.
IRA Y ENOJO
Empezamos a frustrarnos con facilidad, a mostrarnos intolerantes, a pelearnos por cualquier cosa. Esta fase del duelo es fundamental. Es preciso sentirla, no reprimirla. “Si, estoy molesto, tengo derecho, estoy en duelo.” Es natural sentir enojo, ira, hacia la vida, hacia las constructoras corruptas, las instancias gubernamentales que dieron permisos para construir con “mordidas” violando las normas de construcción tras el 85, llenando de edificios, que rebasan los 4 y 6 pisos. Dicen que es más económico crecer hacia arriba. Pero, no se ha dicho todo. Yo me enteré de buena fuente que en uno de esos edificios altísimos, que tienen la alberca arriba, murieron las personas que estaban dentro de ésta pues se salió abruptamente toda el agua con éstas. ¿En verdad es más económico crecer hacia arriba? ¿Para quién o quiénes? ¿A costa de qué? De la modificación del subsuelo, de la vida de personas inocentes, de perder sus viviendas, pertenencias, patrimonio, negocios. Lo mismo que en 1985, la corrupción brotó. Cuando una herida se pudre, la pus sale, no se puede detener.
Corría la voz que para el lunes 25 de septiembre todo debía volver a la normalidad. En plenos rescates y las heridas frescas sangrantes. La ira creció entre la población. ¿Dónde están los desaparecidos? ¿Dónde están sus cuerpos si se cavó y cavó hasta la última piedra? Rabia ante la llegada de ejércitos y policía de otros países. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué no les decían a los familiares de Álvaro Obregón que pasaba? ¿Por qué no dejaron a los rescatistas, como los japoneses, maniobrar? Ahí le quitaron los muros y columnas para hacer oficinas amplias. Y en Chimalpopoca y Bolívar ¿que tenían que hacer antenas para telecomunicaciones que pesaban toneladas? ¿Quién es el culpable? ¿Quién? ¿Quiénes?
En esta fase buscamos respuestas. ¿Por qué se sintió tan fuerte si solo fue de 7.1 grados? ¿Por qué se cayeron los edificios de Gabriel Mancera, Prolongación Peten y Escocia de las colonias de Del Valle y Parque San Andrés? El veredicto, después de haberle preguntado a muchos ingenieros, arquitectos y leído al respecto: Malas construcciones, corrupción y desorden. Y mientras escribo esto, revivo la rabia, el dolor, la tristeza. La vida me trató bien esta vez. Aun así, no puedo dejar de conectarme al inconsciente colectivo de mi gente, mi país, mi ciudad.
Incomprensible lo que están viviendo los damnificados. He conversado con ellos. No hay respuestas, no hay ayuda, no hay acciones. La sociedad civil está llevando comida a los albergues, levantando escombros, ayudando a construir, apoyando psicológicamente. Y eso está muy bien, pero las decisiones y el dinero vienen de otro lado. Necesitan dictámenes estructurales. Les ofrecen préstamos; pero si “muchos somos pensionados” es lo que me cuentan.
RECONCILIACIÓN Y RECONSTRUCCIÓN
Para pasar a la siguiente fase del duelo, decidí hacer algo. Empecé un nuevo diario que representa el inicio de una nueva vida desde los cimientos, porque nada está escrito. Será todo nuevo. Sugiero preguntarte: ¿Cómo quieres que sea tu historia a partir de hoy?
Después pensé que debía empezar por lo primero: Detenerme y tomar el tiempo para pensar y reacomodar en mi interior la traumática experiencia con una visión totalmente nueva. Esto llevará algún tiempo porque el recuerdo está fresco, el duelo aún no se elabora, ojalá fuese más rápido… Sin presión, ni urgencia, fluyendo con las emociones. El duelo puede llevar de 6 meses a 9 meses en general. Pero para los que tuvieron pérdidas importantes, puede llevar un poco más. En todo caso, se recomienda apoyo psicológico. No intentar hacerlo solos. Las experiencias traumáticas se imprimen en todo el ser y deben llegar a una resolución, una sanación aunque quede la cicatriz. Los procesos humanos de pérdida y duelos son largos, impredecibles, únicos para cada persona.
Pero, antes de pensar en lo que necesito, quiero y deseo, me atreveré a pensar y abrirme a infinitas posibilidades para ir más allá de toda limitación auto-impuesta o impuesta por otros. Esta oportunidad nos permite deshacernos de todas las creencias y paradigmas que nos han impuesto a lo largo de generaciones de la civilización y de la familia, como una matrix envolvente. Como huellas que seguimos sin cuestionar. Es tiempo de liberarse de lo que ya no sirve, de lo que limitó.
Entonces ya es tiempo de responder las siguientes preguntas:
¿Qué necesito y no tengo?
¿Qué quiero y puedo ser/tener?
¿Qué deseo y no hago nada por obtenerlo?
¿Qué me gusta hacer y no lo estoy haciendo?
LA ACEPTACIÓN QUE LLEVA A LA RECONSTRUCCIÓN
Y, ¿ahora qué sigue? La reconstrucción externa e interna. Así como lo primero es hacer revisar todas las edificaciones por los especialistas, es importante revisar nuestra estructura interna haciéndose preguntas como: ¿En qué estoy basando mi existencia? ¿Se lo que quiero? ¿Qué valores me caracterizan?
Después vendrá mandar reparar los daños, como resanar y pintar las grietas en casas, edificios y oficinas; tirar muros, colocar vidrios, cambiar pisos, limpiar los predios con derrumbes donde antes se erigía un edificio que albergaba a varias familias, empresas, etc. En nuestra casa y departamento es fundamental ser objetivo y tomar muy en serio la revisión estructural. Asimismo en nuestras vidas, es necesario sanar las grietas y fisuras, las heridas abiertas. Cambiar lo que haya que cambiar. Enfrentar lo que no hemos enfrentado. Dejar de reprimir las emociones porque eso es evadirlas lo que a la larga, nos enferma. Si las personas no sanan ahora apropiadamente la experiencia traumática, en 15 a 20 años tendremos millones de personas con trastornos de depresión y ansiedad. Eso será un grave problema de salud pública que afectará a la sociedad, pero también a los niños actuales.
No vale de nada ahorrarle a la reconstrucción, como maquillar las grietas, reparar daños estructurales no reparables, y después de 2-3 años vender los departamentos de los edificios “tocados,” como muchos hicieron en 1985. Si no aprendimos con este segundo sismo, entonces ¿con qué aprenderemos? Salió la podredumbre de la corrupción de empresas de construcción e instancias gubernamentales. Todos los velos se cayeron. Y seguirán cayendo, uno a uno… No quieras recogerlos y ponértelos de nuevo. Déjalos donde cayeron y abre bien tus ojos.
Igualmente en tu interior, pregúntate a ti mismo: ¿A quién le mientes? ¿Qué ocultas de ti a ti mismo o a los demás? Es el tiempo de quitarse todos los velos y ser quien verdaderamente eres. Y no lo que otros quieren que seas, o lo que crees que los demás esperan de ti. Es el tiempo. Los cimientos no aguantarán más.
La reconstrucción interna nos lleva a reconsiderar y reflexionar acerca de nuestra vida. ¿Qué estamos haciendo con ella? ¿Qué hacemos con nuestro tiempo?
“El que controla tu tiempo controla tu mente” José Arguelles
Nos dimos cuenta quienes son realmente amigos, quienes nos quieren, para quienes somos importantes. Yo quería poder abarcar a todos mis amigos, familiares, conocidos, quisiera estar segura que todos están bien. Me daría mucha pena enterarme de alguien conocido que no le fue bien con el sismo. Un mes después del desastre nos enteramos que una amiga de mi madre fue rescatada viva e ilesa de un edificio colapsado después de “ser tragada por la tierra.”
A dos, casi tres meses, comenzamos a ver con nuevos ojos, escuchamos con nuevos oídos, pensamos diferente y sentimos la imperiosa necesidad de cambiar paradigmas, creencias y conductas que no nos traen bienestar. Las respuestas están ahí, justo enfrente de cada uno. Ya de nada servirá resistirse al cambio. Lo que teníamos pendiente debe hacerse, ya no se puede posponer más. Si no ponías límites, los tendrás que poner. Las parejas que ya no deben estar juntas se separarán. Las que deben estar juntas llegarán a acuerdos en armonía. Los hijos que aún no dejan el nido lo dejarán. Los que odian su trabajo, buscarán un nuevo empleo. Los que sienten miedo por no tener dinero lo superarán. Los enfermos se atenderán y los sanos cambiarán también su estilo de vida para lograr un mayor equilibrio. Las personas egoístas e irresponsables finalmente tomarán su responsabilidad. Los malagradecidas agradecerán porque se darán cuenta que tienen más de lo que necesitan.
LO MÁS IMPORTANTE: TODOS SOMOS SOBREVIVIENTES.
No me había dado cuenta que sobreviví en 1985, pero también en 2017. Si estás leyendo esto, ni tu ni yo estuvimos en el lugar ni momento equivocado. Somos sobrevivientes. Que afortunados somos. Y ¿ahora qué? Es momento de hacerse algunas preguntas y responderlas después de una profunda reflexión. ¿Qué haré con estos años de vida que se me han otorgado? ¿Qué haré diferente ahora? ¿Qué necesito cambiar en mí? ¿Cómo será mi vida desde ahora? Es un hecho que ya no podemos vivir igual. Y si lo hacemos, no aprendimos nada.
Por cierto, hoy 20 de noviembre de 2017 es aniversario luctuoso de mi abuelo y he sentido su presencia todo el día.
Gracias Abue, estés donde estés aquí estás.
[1] Psicología para Casos de Desastre. Editorial Pax México, 1987